Quienes hicimos el bachillerato antes de la sarta de leyes, a cuál más nefasta, con que se ha querido articular el sistema educativo en España desde hace cuarenta años, sabíamos que Ceuta pertenecía a la provincia de Cádiz y Melilla a la de Málaga. Con la llegada del Estado de las Autonomías, y el famoso «café para todos», de Clavero Arévalo, Ceuta y Melilla dejaron de pertenecer a las mencionadas provincias y pasaron a ser ciudades autónomas. Antes del Estado de las Autonomías podía decirse que Andalucía limitaba con Marruecos.
Era frontera, la misma que, ante el oprobioso silencio de Sánchez —vaya usted a saber la razón de ese silencio—, Marruecos niega que exista. Pero nosotros no nos referimos a esa frontera de Andalucía que, al fin y al cabo, era y es la frontera de España con Marruecos. Nosotros nos referimos a la que durante doscientos cincuenta años aproximadamente —los que van desde 1238, año en que Mohamed Ibn Nazar creó el reino de Granada, hasta 1492 cuando los Reyes Católicos entraban en la ciudad de Granada— separó la corona de Castilla y el sultanato Nazarí, que ocupaba, grosso modo, las actuales provincias de Granada, Málaga y Almería, y parte de Jaén.
Esa frontera, que pervivió más de dos siglos y medio, hizo que en la toponimia andaluza haya numerosas localidades que, ubicadas a lo largo de esa línea divisoria que estuvo muy lejos de permanecer inalterable a lo largo de tan dilatado espacio de tiempo, lleven el añadido «de la frontera». Es el caso, entre otras poblaciones, de Arcos, Chiclana, Vejer, Jerez, Morón o Aguilar. En su topónimo se alude a esa frontera que, contra una opinión bastante extendida de un tiempo a esta parte, estuvo muy lejos de ser el espacio de convivencia entre musulmanes y cristianos que algunos sostienen. Ciertamente había intercambios comerciales y momentos de tregua, pero no dejó de ser un lugar peligroso donde las razias que protagonizaban los nazaríes sobre el territorio cristiano o los castellanos sobre tierras musulmanas, estuvieron a la orden del día. Se capturaba prisioneros por los que se pedía rescate o se esclavizaban, se robaba ganado, se talaban árboles o se incendiaban las cosechas. Vivir en la frontera era peligroso.
En esa frontera batallaron, a lo largo del siglo XIV, Fernando IV, que enfermó en el sitio de Alcaudete y murió en Jaén pocos días después Y Alfonso XI, un gran rey que se apoderó de Algeciras y trató de conquistar Gibraltar, plaza de la que los nazaríes se habían apoderado poco antes, pero la terrible peste negra llegó al campamento cristiano y el rey falleció a causa del contagio. Tanto Fernando IV como Alfonso XI están enterrados en Córdoba, primero recibieron sepultura en la mezquita, convertida en catedral cristiana desde el siglo XIII, y desde el XVIII en la Real Colegiata de San Hipólito. También batalló por estos lares su hijo Pedro I. Aquel siglo XIV fue un tiempo de luchas, traiciones, engaños y amoríos. Todo ello lo cuenta de forma magistral José Luis Corral en sus novelas ’Matar al rey’ y ‘Corona de Sangre’, cuya lectura es más que recomendable para conocer muchos de los entresijos de ese tiempo de frontera.
(Publicada en ABC Córdoba el viernes 28 de octubre de 2022 en esta dirección)